Nunca supe
lo importante que era la familia, mi familia,
hasta que tuve la oportunidad de conocer al principito en un bautizo de
lo más aburrido.
Cuando más
aburrido estaba, se sentó a mi lado, yo ya le conocía por todo lo que había leído
sobre él, y pensé aliviado: ¡ahora sí que me voy a divertir!
Qué suerte
tienes de tener una familia tan grande, me dijo el principito, ¿grande?,
respondí yo. Pero si ya no tengo abuelos, se murieron hace tiempo y apenas les
conocí, no sabes cuánto les echo de menos, sobre todo en Reyes, contesté
cabizbajo.
No sé de qué te
quejas, del planeta que vengo yo todos somos una gran familia. Imagínate un
jardín inmenso lleno de flores de mil colores, donde unas se riegan a las otras,
donde la mala hierba no existe, porque no hay semilla mala. El cuidado de ese
jardín supone un gran esfuerzo para todos, depende del riego diario, cuidados,
mimos varios, calor continuo, desecho de baobabs, etc.
A medida que me
describía su casa, sentí vergüenza de lo
que le había dicho. Había sido un egoísta, no tenía abuelos, pero si tenía unos
padres estupendos, hermana, muchos primos y sobre todo buenos amigos. Esa era
mi gran familia, y a partir de ahora me iba a preocupar personalmente de que no
les faltara de nada.
Prometí al
principito que iba a ser el mejor jardinero.
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